Como referencia, el primer ferrocarril chileno comenzó a operar en 1851 entre Caldera y Copiapó, principalmente para el transporte de mineral e impulsado por iniciativa del sector privado, para expandirse posteriormente por el norte del país formando una red ferroviaria apegada al sector productivo minero.
En el centro sur, fue impulsado por el Estado por varios motivos: para el transporte de productos agropecuarios e industriales dentro del territorio y hacia los puertos de embarque, para permitir una expansión de las comunicaciones en nuestro territorio, que permitiera legitimar al Estado de Chile y por último la importancia social, como va ser el traslado de formas culturales que fortalecerán la identidad del país.