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Mis raíces familiares son de Alcones y haciendas aledañas –Mallermo, San Antonio–, donde nacieron mi padre y mi madre. Con la llegada del ferrocarril, los espacios de trabajo y esparcimiento se extendieron hacia Pichilemu, porque el mar es atractivo y también fuente para el sustento de las personas. Mi padre buscó trabajar en ferrocarriles y lo consiguió más o menos diez años después que los trenes habían llegado por primera vez a la costa de Colchagua.
Pero lo subieron al “Cabrino”, el tren que unía dos veces al día la localidad de Las Cabras con Pelequén, con un alargue diario hasta San Fernando para facilitar las compras de la gente. Este alargue se estuvo haciendo a Rengo en un principio –por lo tanto, para volver la máquina, en Rengo hubo tornamesa–, pero el comercio de la capital de Colchagua era más nutrido y surtido, y el “Cabrino” tomó la dirección que correspondía por lógica, es decir, hacia la ciudad más grande y mejor dotada.