Hace pocos días, un equipo de salud de la Municipalidad de Chiguayante, región del Biobío, encontró sin vida a un joven de 26 años que estaba postrado, y a su padre de 57 años, ambos encerrados entre las cuatro paredes de una casa que respiraba soledad. ¿Hace falta que los más vulnerables griten para que escuchemos que se están muriendo?